La Dolce Vita
Llevo ya trescientas cincuenta y tres veces que le pego a esta maldita máquina y todavía no me entrega la maldita lata de coca cola que le compre por doscientos cincuenta pesos. Mi desesperación es extrema, mejor le sigo dando duro, escupos, patadas, combos y mis bendiciones de por vida. No hay nadie en la calle y me aburro. Saco las monedas que tengo en mis bolsillos y cuento uno dos tres, trescientos pesos. El pasaje en micro y un chicle de esos que se te pegan en los dientes. Miro a la calle y cruzo peatonal mente mal con la muerte haciendo chasquear sus dedos en un “ándale, casi que te llevo”. Cuando llego a la otra acera miro al lugar donde esta la máquina. Al frente de ella va pasando un vagabundo con unas poleras de Led Zeppelin del año 1530 A.C. la máquina repentinamente comienza a crujir y de su intestino mecánico sale disparada una lata de coca cola que va directamente a las manos del vagabundo. Me apresto a cruzar la calle y llega una caravana de periodistas en autos negros, furgones con el cuadro “prensa” apoyado en el parabrisas, cámaras que rodean al maldito vagabundo que me ganó la lata, haciéndole preguntas que lo atragantan con la bebida en la mano. Desde cuando que toma usted coca cola señor vagabundo, como consiguió el dinero señor pordiosero, y un largo etc.
Bueno, pasó el tiempo y el vagabundo se hizo millonario con las ofertas de trabajo y los comerciales donde salía él tomando la coca cola como un vagabundo que luego se transformaba en un magnate. Por supuesto esto lo pude apreciar mirando las ventanas de las personas en sus casas que tenían televisión porque a mi me asaltaron tres tipos cinco minutos después y tuve que convertirme en vagabundo para poder vivir.
Cambio y fuera